[abrouxados] Iñaki Gil de San Vicente

Durán Vázquez Durán Vázquez nomenekpos en gmail.com
Lun Mayo 30 18:37:33 CEST 2011


http://www.kaosenlared.net/noticia/euskal-herria-como-debemos-organizarnos


*¿Por qué y cómo debemos organizarnos?*
La derecha sabe por experiencia propia que uno de los peores peligros para
su sistema es el crecimiento de organizaciones revolucionarias.
Varios acontecimientos recientes han reactivado el clásico debate doble
sobre, por un lado, las relaciones entre organización y espontaneísmo y, por
otro lado, las relaciones entre la organización militante y los partidos
electorales de masas, los sindicatos y los movimientos populares y sociales.
Algunos de estos acontecimientos son las sublevaciones de las masas
musulmanas en África del norte; las movilizaciones juveniles en muchas zonas
de Europa --Estados español y francés, Gran Bretaña, Italia, Alemania,
etc.-- al llamado de pequeñas iniciativas contra la explotación; las fugaces
luchas obreras y populares que surgen con más frecuencia de lo reconocido
por el poder pero que se agotan rápidamente como, por ejemplo, en los EEUU;
la movilización que está teniendo lugar en Euskal Herria y que se ha
plasmado en la victoria de Bildu; la participación del pueblo cubano en los
debates del VI Congreso del PC; la decisión del pueblo islandés por aplicar
justicia a los culpables de la crisis; la lucha popular en Honduras pese a
la dura represión que padece desde el golpe de Estado, etcétera.

Deliberadamente hemos citado experiencias extremas, en apariencia
incompatibles, para llevar el debate a su punto crítico: la necesidad de la
organización de vanguardia tal como fue desarrollada por el marxismo desde
comienzos del siglo XX. Al toro hay que cogerlo por los cuernos,
especialmente ahora que el movimiento de los indignados reactiva la ilusión
de las virtudes del espontaneísmo, de la omnipotencia de las redes sociales,
de twitter y de las nuevas tecnologías de la comunicación, a la vez que
aparenta desacreditar a las “viejas organizaciones de vanguardia”,
demostrando la superioridad de la “rebeldía juvenil” sobre el agónico
movimiento obrero, etc. En absoluto son tesis nuevas. Por el contrario, y
como veremos, la necesidad de la organización revolucionaria se sustenta,
como mínimo, en diez lecciones reiteradamente confirmadas por la historia:

Una, la tendencia de las masas explotadas a aceptar las promesas de las
minorías explotadoras, a creerse sus mentiras, o sea, la inercia de la
credulidad. Dos, los límites de la lucha individual y/o colectiva de mera
protesta, que carezca de una visión crítica de la naturaleza del enemigo al
que se enfrenta. Tres los límites de las luchas espontáneas, de los motines,
revueltas y sublevaciones sociales que estallan cuando la opresión se hace
insostenible. Cuatro, la capacidad de la burguesía para pudrir no solamente
estas revueltas sino sobre procesos de luchas ascendentes que terminan
ahogándose en el pantano parlamentarista. Cinco, la tendencia a la
burocratización y al reformismo de los partidos parlamentaristas de masas
por muy de izquierdas que digan ser. Seis, la tendencia al corporativismo
pactista y economicista del sindicalismo. Siete, la tendencia a los
vaivenes, al estancamiento y retroceso de los movimientos populares y
sociales. Ocho, los efectos alienadores y disgregadores del capitalismo.
Nueve, la efectividad de las represiones y violencias burguesas. No hace
falta decir que estas lecciones se presentan interactuando todas ellas o
muchas de ellas, creando sinergias muy complejas que sólo pueden
desentrañarse teórica y prácticamente aplicando el marxismo. Y esta es la
décima y última lección que demuestra la necesidad y la urgencia de
organizarse, a saber, la teoría revolucionaria sólo puede desarrollarse
mediante un colectivo organizado para ello.

1.- Credulidad en las promesas de los opresores:

Sobra la primera lección podemos extendernos indefinidamente. Lo mejor es
tomar conciencia de su persistencia histórica: Tucídides explica cómo
Brásidas prometió dar la libertad a los esclavos hilotas que se
identificasen públicamente como fervientes luchadores a favor de Esparta.
Unos dos mil aceptaron la propuesta y fueron premiados, pero: “poco después
los espartanos los hicieron desaparecer y nadie sabe cómo murió cada uno”.
De esto hace aproximadamente 2435 años y desde entonces la necesidad de la
organización tomó nuevos bríos, muy en especial cuando la represión
imperialista reactivó la táctica espartana de “desapariciones forzadas”.
Entre el -89 y -88, Mario y Cinna organizaron un ejército popular para
vencer a las clases ricas en Roma. Prometieron la libertad a los esclavos y
a los gladiadores que se volcaron en la batalla, y tras la derrota
ejecutaron a 100 nobles. Esto asustó a Mario y Cinna, y les llevó a unir sus
fuerzas con la clase senatorial vencida para, con esa nueva alianza,
aplastar a los esclavos: una noche rodearon su campamento y los
exterminaron. En el +37 Sexto Pompeyo liberó a esclavos para que luchasen en
su ejército contra Augusto en la guerra de Sicilia. Sexto Pompeyo perdió y
huyó, y Augusto prometió respetar la libertad de los esclavos pero en
secreto organizó su desarme, la entrega a sus amos y el asesinato de los
esclavos cuyos amos no fueron encontrados vivos.

La esclavitud romana era atroz, lo que añade un sangriento plus de
importancia a estas y otras muestras de credulidad. Es cierto que las luchas
de las clases y de los pueblos precapitalistas nunca se plantearon crear un
nuevo orden cualitativo, excepto vagas utopías. Sin embargo, la credulidad
de las masas explotadas, sean esclavas, siervas, campesinas, artesanas,
proletarias, etc., sigue existiendo a pesar de los relativos avances en
educación, prensa, derechos, etc., logrados en la sociedad burguesa gracias
a múltiples luchas. La credulidad en el opresor tiene diversas causas:
ignorancia, miedo, alienación y fetichismo, creencias religiosas. La
organización revolucionaria aparece aquí como imprescindible porque aporta,
además de una argumentación teórica rigurosa sobre los terribles efectos de
la credulidad, también y sobre todo porque facilita la praxis de liberación,
el debate práctico conjunto, la crítica y la autocrítica entre personas que
aprenden a liberarse en su misma vida personal y colectiva. La credulidad se
caracteriza, entre otras cosas, por cierta dosis de fe, de irracionalismo,
en un ser superior, sea dios, amo, empresario, general, o en burocracia como
el Estado. La organización lo que hace en este crucial asunto es demoler esa
fe, introducir racionalidad crítica y conocimiento histórico, político,
ético, etc., siempre unido a una práctica militante.

2.- Límites de la lucha de mera protesta, que carezca de una visión crítica
del opresor:

Sobre la segunda razón tenemos que decir que, sin una suficiente conciencia
personal y política, cualquier protesta por inicial y embrionaria que sea
tiende a terminar en fracaso. Como hemos dicho antes, en las sociedades
precapitalistas era muy difícil desarrollar una teoría adecuada. Los galeses
que fueron masacrados en el siglo XI por los anglonormandos apenas intuían
más allá del objetivo visible de los invasores: quitarles sus tierras. Pero
había otro objetivo más largo y demoledor: “la exterminación de todos los
bretones para que nunca más se pronunciara su nombre”, como escribió un
cronista de la época. Los pueblos indios y filipinos que sufrían el
terrorismo español apenas comprendían la declaración real que se les leía
antes de pasarlos a cuchillo, o quemarlos o descuartizarlos vivos mientras
sus mujeres, hermana y amigas eran violadas delante de los hombres. Pero una
vez que comprendieron la naturaleza del invasor le resistieron con
desesperación. Incluso hoy en día, miles de mujeres que sufren terrorismo
patriarcal dudan en denunciar a su marido, novio, amigo o vecino, y
centenales de ellas se retractan y retiran su acusación poco antes del
juicio.

Por esto mismo, las organizaciones feministas son imprescindibles para
concienciar a las mujeres, para aportarles una visión crítica de la
explotación patriarco-burguesa, de la necesidad de que salgan de su soledad,
se relaciones y se integren en esos u otros grupos para encontrar fuerzas
que les ayuden a luchar. Lo mismo hay que decir sobre el resto de
situaciones de injusticia y dominación, de opresión, sean las que fueren.
Sin una organización suficiente, los sectores oprimidos nunca podrán conocer
su situación, obtener información y realizar debates, atraer más miembros y
avanzar en la coordinación con otros colectivos que tienen los mismos o
parecidos objetivos. Si miramos el problema desde una perspectiva más
amplia, por ejemplo, desde la que nos alerta de la fuerza organizada del
sistema patriarcal mediante las Iglesias y sus medios, desde el machismo y
sexismo de la prensa y de los espectáculos, desde el machismo de los
partidos y sindicatos, desde la indiferencia de muchas instituciones
burguesas ante la opresión de la mujer y sobre todo, desde la ferocidad
invisible y normalizada del terrorismo patriarcal, desde esta perspectiva
que nos explica cómo y por qué sobrevive tanto la dominación masculina,
comprenderemos la importancia de las organizaciones feministas, y en general
de todas las organizaciones.

3.- Desconocimiento de los objetivos del opresor y de su ferocidad:

Sobre la tercera razón, hay que decir que es un freno poderoso que solamente
puede ser superado por la organización que aporta un saber crítico basado en
la experiencia colectiva, mucho más grave es el problema de los límites de
las luchas espontáneas individuales o colectivas, de los motines, revueltas
y sublevaciones sociales que estallan cuando la opresión se hace
insostenible. Ya se de forma aislada o en grupo, los estallidos súbitos o
insuficientemente organizados pueden obtener triunfos inmediatos, y los
obtienen porque cogen por sorpresa al poder establecido. Entre -116 y -114
se produjo una revolución en la ciudad aquea de Dime, ocupada por los
romanos, para acabar con las deudas causadas por los altos impuestos, entre
otros objetivos. Se quemaron los archivos públicos, se cancelaron las deudas
y demás contratos. Pero la revolución fue derrotada, dos de sus cabecillas
fueron muertos y otro enviado a Roma para ser juzgado. En 1871 el pueblo de
París se sublevó contra la alianza entre la burguesía francesa y el ejército
alemán ocupante. Pese al heroísmo impresionante, la Comuna fue masacrada
atrozmente, entre otras razones porque no pudieron organizarse lo
suficiente, ni ser suficientemente radicales en sus medidas liberadoras. En
la IIGM Varsovia se sublevó dos veces contra la barbarie nazi, y las dos fue
masacrada. Estos ejemplos distantes más de dos mil años y ocurridos en dos
modos de producción muy diferentes, el esclavista y el capitalista, tienen
sin embargo un denominador común: la escasa organización previa.

La necesidad de la organización es tanto más perentoria y vital cuanto más
importante es el objetivo a conquistar, cuanto más ansiosas y activas están
las masas, y cuanto mayor y más cruel es la voluntad del opresor de seguir
explotando. Sea la lucha que fuere, desde una pequeña asamblea de vecinos
que bloquean una empresa que contamina el barrio, hasta una insurrección
revolucionaria para derrocar a la burguesía, pasando por una huelga obrera,
en todos los casos la organización debe existir con anterioridad, debatiendo
los objetivos, la estrategia y la táctica, analizando las relaciones de
fuerzas, discutiendo las tácticas y los medios necesarios y los no
necesarios, haciendo propaganda y ampliando las alianzas, buscando además de
recursos, también planes alternativos tras estudiar las posibles reacciones
de los aliados, de los indecisos y sobre todo del poder al que se quiere
vencer, sea el poder universitario, el municipal, el judicial, el
empresaria, el patriarcal, el político y de forma decisiva el militar. La
espontaneidad, la que fuere, tiene unos límites precisos que aparecen
después de las primeras victorias, si las hay, cuando se empieza a ver que
el poder es más fuerte de lo que se creía, tiene más defensas, tiene aliados
dentro del bando luchador, puede sobornar y corromper. La lucha espontánea
tiende a apagarse cuando la lucha de prolonga, el objetivo se aleja, la
estrategia empieza a fallar, las tácticas propias ya no hacen daño al
opresor; y cuando éste, responde con ataques inesperados y sorpresivos. Para
evitar todo esto es imprescindible organizarse con anterioridad.

4.- Capacidad burguesa para pudrir las luchas:

Sobre la cuarta razón, hay que decir que si bien el exterminio sangriento,
el terrorismo, es la última garantía de la civilización del capital, no es
menos cierto que la burguesía experimentada prefiere antes desgastar,
desorientar y desunir a las clases explotadas mediante una astuta
maquinación en la que intervienen las concesiones puntuales, el préstamo del
gobierno a la izquierda --nunca ceder el Estado y menos el ejército--, etc.,
a la vez que la represión selectiva del sector más radical y consciente. Las
luchas ludditas de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX,
tuvieron un nivel de organización interna bastante adecuado para las
condiciones de su época, aunque al final fueron derrotadas no tanto por la
represión, con sus asesinaros incluidos, sino sobre todo por las
innovaciones realizadas por la burguesía. El luddismo destruía las máquinas
de vapor que condenaban al paro y a la miseria a miles de familias
trabajadoras, y hasta quemaba los talleres, obligando a muchos empresarios a
trasladarse a otras regiones menos combativas para instalar sus negocios: un
anuncio de las “deslocalizaciones” tan famosas ahora. Pero la burguesía
británica aprendió que era mejor dirigir de forma imperceptible la
radicalidad obrera y popular hacia la trampa institucional, parlamentaria,
en la que el movimiento obrero podía conquistar reivindicaciones importantes
pero nunca decisivas a la larga, y menos aún, irreconciliables con la
propiedad burguesa, con su Estado de clase y con su ejército. Lo mismo
aprendió la alemana cuando vio que la represión policial y judicial de
finales del siglo XIX, y las leyes represivas posteriores, no detenían el
fortalecimiento de la socialdemocracia.

La organización política formada por militantes teórica e históricamente
preparados, es imprescindible para superar estos y otros peligros. No se
superan con la justa ira espontánea, ni con el voluntarismo ignorante, al
contrario, esto facilita la victoria burguesa. Cuanto más poder
institucional logra la izquierda, concejales, alcaldes, diputados,
senadores, ministros, consejeros en empresas y bancos privados, supervisores
en instituciones y empresas públicas desde hospitales hasta universidades,
etcétera, más riesgo existe de que termine cayendo en la trampa burguesa. Un
dato extremadamente inquietante por cuanto irreversible, es que esa
izquierda asuma pequeñas pero simbólicas tareas represivas cedidas
transitoriamente por el poder que antes torturaba, encarcelaba y mataba a
esa izquierda. Recordemos al PC italiano reprimiendo a la izquierda
revolucionaria en los ’70 y 80. Otro dato es el surgimiento de pequeñas
corruptelas económicas, políticas y éticas que irán creciendo como un
pestilente cáncer, sobre todo en la medida en que nadie controle a los
arribistas y chupópteros que se acercan a la izquierda victoriosa para
enriquecerse y lavar su conciencia. Recordemos el miedo de los griegos a
poder corruptor del “oro persa”, que pudría incluso a algunos famosos
espartanos. La síntesis entre burocracia, reformismo y corrupción desintegra
a las organizaciones, sobre todo cuando han renunciado públicamente a
decisivas señas de identidad. Recordemos al PC español aceptando la
monarquía instaurada por Franco. Contra esta fuerte tendencia objetiva tan
confirmada por la historia, sólo se le puede oponer una eficaz y muy
preparada organización militante.

5.- Tendencia a la burocratización de la izquierda:

Sobre la quinta razón, hay que decir que si bien está estrechamente
relacionada con la razón anterior, la cuarta, también tiene operatividad
propia. Una lucha revolucionaria puede burocratizarse aunque no gire al
reformismo y no sea desintegrada en el sistema institucional dominante, pero
sí es necesaria la burocracia para que triunfe el reformismo porque siempre,
en mayor o menos grado, surge el debate interno sobre el reformismo entre
las corriente a favor o en contra. La burocracia es imprescindible trampear
o reprimir el debate a favor de las tesis reformistas. El marxismo fue
consciente de la tendencia objetiva al burocratismo desde su mismo origen, y
el transcurso de las luchas no hizo sino aumentar esa preocupación sobre
todo desde que la socialdemocracia se convirtió en un enorme partido de
masas. Sin embargo, Lenin tardó más tiempo que Rosa Luxemburgo, que Trotsky
y que otro en percatarse del riego objetivo de burocratización. Pero una
cosa es la tendencia objetiva, que no tiene por qué realizarse dependiendo
de las medidas que se tomen y del tipo de organización que se desarrolle; y
otra cosa es el determinismo absoluto consistente en la “ley de hierro” de
la burocracia sostenido por Mitchell siguiendo las tesis de Mosca y Pareto,
y por otro lado, las afirmaciones anarquistas que ven la paja en ojo ajeno
pero no la viga en el propio.

La burocracia tiene raíces objetivas en toda sociedad en la que la división
del trabajo intelectual y el físico está deliberadamente potenciada por la
clase dominante. En toda sociedad en la que la obediencia, la sumisión y la
credulidad en el poder son parte de la síntesis social, de la matriz social.
La tendencia a la burocracia se refuerza cuando la vida política adquiere
velocidad y complejidad, cuando no hay tiempo para consultar a las bases,
etc.; en estos casos el sustitucionismo y el delegacionismo abren la puerta
a la burocratización. En contra del tópico y de la creencia sin base
histórica, son las grandes formaciones parlamentaristas y los pequeños
grupúsculos dirigidos por un líder carismático, los que primero se
burocratizan, mientras que las organizaciones militantes resisten bastante
más. La causa radica en que están formadas por luchadores conscientes de sus
derechos, de la necesidad del debate riguroso, del enorme riesgo para el
futuro de las decisiones tomadas precipitadamente sin la mínima o con una
insuficiente discusión, y de la diferencia insalvable entre credulidad y
credibilidad. Crédulo es el idealista que tiene fe en lo indemostrable, en
la promesa del dirigente que nunca puede ser criticado; la credibilidad
consiste en dar un tiempo justo de confianza a las decisiones de la
dirección asentadas en la experiencia, honradez y coherencia contrastadas a
lo largo de los años y contrastables en todo momento mediante el debate
democrático.

6.- Tendencia al corporativismo economicista del sindicalismo:

Sobre la sexta razón, hay que decir que surge de la propia esencia de la
explotación capitalista y de los límites de la conciencia sindical que gira
casi exclusivamente alrededor de las mejoras salariales y laborales, casi
nunca sociopolíticas y menos aún revolucionarias. CC.OO. y UGT en el Estado
español son un ejemplo incuestionable. Otros sindicatos no han caído tan
bajo pero son realmente muy pocos los sindicatos luchadores precisamente
durante la actual ofensiva salvaje del capital contra el trabajo, y menos lo
que fusionan su acción laboral con otra sociopolítica orientada a la
superación histórica de la dictadura del salario, como en debe ser. Fue Rosa
Luxemburgo la que en 1906 hizo una de las más razonadas y radicales
denuncias de la burocratización economicista del sindicalismo habido hasta
ese momento. La conciencia economicista de la clase obrera surge de la
invisibilidad de la explotación que sufre tanto por el fetichismo como por
la creencia de que tiene los mismos derechos que el empresario, lo que le
lleva a creer que con el simple aumento salarial y con mejoras laborales se
pondrá a la altura del empresario, viviendo como él y teniendo el mismo o
más poder. Pero como la explotación asalariada destroza la salud y reduce el
tiempo libre hasta casi la nada, el obrero, minado ya por la división entre
el trabajo intelectual y el físico, asume como normal que el sindicato sea
dirigido por los especialistas, por los que saben de leyes y tienen sus
despachos justo al lado de los del patrón, con el que almuerzan
frecuentemente.

El sindicalismo sociopolítico necesita de militantes obreros teóricamente
formados, que sepan que son esclavos asalariados de por vida, hasta que se
mueran o hasta que acaben con la dictadura del salario. Pensar esto y
conocer su lógica exige de una formación teórica y política que solamente
puede obtenerse mediante una organización revolucionaria. Más aún, el
militante obrero ha de tener una especial cualidad ética que le ayude a
mantener su lucha. La esclavitud asalariada vuelve extremadamente
dependientes y vulnerables a las personas al carecer de otro recurso vital
que el salario. La burguesía conoce esa debilidad estructural y chantajea,
soborna o atemoriza a los sindicalistas y obreros cuando les falta una ética
revolucionaria. Pero si ya es difícil aprender la teoría y mantener una
lucha sindical, todavía lo es más superar la ética burguesa sustituyéndola
por la ética marxista. Sin una organización que facilite esa emancipación
personal y colectiva es casi imposible lograrlo.

7.- Tendencia a estancamiento y retroceso de los movimientos populares y
sociales:

Sobre la séptima razón, hay que decir que es todavía más aplastante que la
anterior. A diferencia del sindicalismo, que está más o menos presente en la
explotación asalariada porque ésta abarca toda la vida laboral, los
movimientos sociales y populares son voluntarios, sufriendo altibajos y con
una clara dinámica de sustitucionismo de las bases por la dirección sobre
todo en los períodos de reflujo de las movilizaciones. Un ejemplo lo tenemos
en el bluf de las o­nGs, de los movimientos antiglobalización, de los Foros
Sociales, y del bajón espectacular hasta casi su desaparición de los “nuevos
movimientos sociales”, “contestatarios” y de “contra cultura” de los ’60 y
todos los ’70. Le experiencia de los “verdes” es concluyente: absorbidos por
el imperialismo alemán. Una de las causas es la propia fugacidad del
“movimiento estudiantil” y “juvenil”, base frecuente de lo anterior, que
estalla en determinados momentos pero que se agota por simple ley biológica
y por las innovaciones represivas del Estado burgués.

La permanentización de núcleos revolucionarios en el interior de los
movimientos es una de las tareas decisivas de la teoría de la organización
tal cual la expuso Lenin a comienzos del siglo XX, que no hacía sino
trasladar a las condiciones represivas zaristas lo que ya era una reflexión
común en las izquierdas de otros países, aunque no tan sistematizada
teóricamente. Lo básico de esta aportación sigue siendo más actual ahora que
entonces por la multiplicación de los mecanismos burgueses de represión,
desactivación y desintegración de los movimientos. La dialéctica entre
espontaneidad y organización aparece aquí con todos sus matices
enriquecedores, y con la advertencia clara de los dos riesgos mortales: la
burocratización y el reformismo que crecen en los movimientos si no existen
en su interior núcleos militantes y aún así el problema sigue existiendo.

8.- Efectos alienadores y disgregadores del capitalismo:

Sobre la octava razón, hay que decir que abarca a la totalidad de los puntos
anteriores y nos lleva a un debate crucial del que hemos adelantado puntos
concretos. Se trata del poder del capital para crear una sociedad
sectorializada, dividida y pulverizada en micropartículas egoístas e
individualistas totalmente aisladas entre ellas y sólo conectadas mediante
los medios que el propio capital impone y determina, los suyos, que
refuerzan esa multidivisión grupuscular. La realidad, que es una totalidad
de contradicciones en lucha, aparenta desaparecer en un informe caos de
egoísmos ferozmente individuales. La sociobiología, el genetismo y el
darwinismo social refuerzan “científicamente” esta creencia. A lo sumo que
se llega, es a aceptar que cada partícula, cada “ciudadano”, tiene
exclusivamente “derechos individuales” que debe negociar y transaccionar
individualmente con el “ciudadano patrón”, con el “ciudadano juez”, etc.,
siempre aceptando la máxima hobbesiana de que el hombre es un lobo para el
hombre. Es cierto que los movimientos sociales, el sindicalismo y otros
grupos mínimamente organizados luchan contra esta realidad pero
insuficientemente por razones obvias.

De nuevo, la organización militante aparece como una necesidad imperiosa
para mostrar que la realidad es más cruda y peor que la versión hobbesiana.
El hombre no es un lobo para el hombre, sino un mercader, que es
infinitamente peor: “homo hominis mercator”. El naturalismo inherente a la
máxima “homo hominis lupus” no puede mostrar la brutal explotación del
capitalismo. Aprender que el ser humano reduce a mercancía a otro ser
humano, comprándolo, vendiéndolo y explotándolo, exige de la praxis
revolucionaria, de la dialéctica entre la acción y el pensamiento en el
interior de los conflictos y siempre en un marco organizativo. Solamente en
el fragor cotidiano de la lucha contra la opresión puede el ser humano
conocer la verdadera naturaleza del capitalismo. La intelectualidad
académica gira tan rápidamente al reformismo o a la derecha, porque, entre
otras cosas, siente horror a la militancia organizada. Otro tanto hay que
decir de sectores estudiantiles que, siendo progresistas, creen que basta
con estar al tanto de las últimas modas intelectuales. La organización
leninista debe y puede aportar una praxis crítica totalizante de la inhumana
mercantilización burguesa, aunque los meritorios esfuerzos individuales
pueden llegar a disponer de una percepción bastante amplia del problema, si
bien unilateral y tendente al individualismo sectario al no ser contrastada
por la praxis crítica colectiva que sólo la garantiza una organización
revolucionaria.

9.- Efectividad de la represión:

Sobre la novena razón, hay que decir que se parte de una teoría amplia de
las violencias y de las represiones, no reduciéndolas a la acción judicial y
policial, sino considerando la totalidad de mecanismos de intimidación,
miedo y represión. La seguridad es una preocupación constante desde que
existe la lucha contra la opresión. La insurrección de los esclavos
cartagineses en varias ciudades itálicas en el -199 fue abortada y masacrada
por la delación de dos esclavos. El campesinado chino se defendía mediante
sectas secretas algunas de las cuales eran sólo de mujeres, de “monjas”. A
mediados del siglo XVI las élites mayas supervivientes al terrorismo español
se organizaron clandestinamente para transcribir en papel la cultura de su
pueblo, el Popol Vuh, que estaba al borde de la extinción. La seguridad
organizativa lo mantuvo a salvo hasta 1701. Blanqui tardó varios años en
encontrar un efectivo sistema de seguridad para su organización. Marx y
Engels siempre mantuvieron una “vida oculta” que garantizaba relaciones
seguras con organizaciones perseguidas y con personas influyentes que habían
militado en la revolución, y que les suministraban desde informaciones muy
valiosas hasta pasaportes, documentos, dinero, etc., para ayudar a quien
sufriese represión.

Pero la seguridad por la seguridad, sin un contenido político, no garantiza
el desvío reformista. Durante la clandestinidad, la socialdemocracia alemana
tenía la célebre y efectiva “Máscara de Acero”, que aseguraba el envío de
propaganda, la celebración de los Congresos, etc., pero que no pudo evitar
ni la burocratización ni el reformismo. Por el contrario, la dirección
bolchevique sabía que su representante en la Duma zarista era un agente de
la policía, aun así lo mantuvo vigilado porque, según Lenin, el efecto
político de sus discursos era más beneficioso que las pocas delaciones que
podía hacer. Obviamente, la seguridad es imprescindible en una dictadura y
también bajo una democracia burguesa restringida y vigilada, pero su
necesidad no desaparece en lo básico ni incluso en una democracia burguesa
muy tolerante. En este caso debe adquirir tres formas básicas: una,
seguridad financiera y de recursos porque una organización hipotecada con
deudas es una organización atada políticamente; dos, seguridad en sus cargos
de responsabilidad, fácil de comprender; y tres, seguridad en la rectitud
ética y política de sus militantes, que sustenta a las dos anteriores. Se
mire por donde se mire, la mejor forma de garantizar la seguridad es la
organización revolucionaria, y no siempre ni automáticamente.

10.- Síntesis y confirmación histórica:

Y la décima razón, síntesis de todas las anteriores, vamos a exponerla
presentando cuatro experiencias históricas. La primera trata sobre la
necesidad del centralismo democrático, del que tal vez tengamos uno de los
primeros ejemplos históricos en el relato que hace Jenofonte tras la
asamblea de los 10.000 en la que analizan las consecuencias de haber perdido
a los generales. Jenofonte explica que los nuevos mandos elegidos
democráticamente han de ser más rectos y honrados que los anteriores, y que
las tropas han de aplicar las decisiones tomadas después de haberlas
debatido y decidido colectivamente con toda diligencia y eficacia, sabiendo
que cuando surjan nuevos problemas deberán reunirse de nuevo para
debatirlos, decidir y practicar lo decidido. Libertad plena de debate
colectivo, garantizada por las medidas de seguridad adecuadas --los griegos
no debatieron lo anterior bajo las flechas enemigas, sino en un lugar seguro
y a prueba de oídos peligrosos--, y aplicación conscientemente asumida de
las decisiones tomadas en el debate. Sin duda, este método, junto a otros,
fue el que garantizó su victoriosa vuelta a la Hélade. No se ha inventado un
método mejor, y, como veremos, las nuevas tecnologías de la información
pueden mejorarlo pero nunca sustituirlo.

La segunda es la necesidad de una permanente lucha teórica, filosófica,
política, etc., no sólo contra la ideología burguesa sino también contra sus
servicios secretos dedicados a la lucha propagandística e ideológica. Los
servicios secretos británicos, por poner un solo ejemplo, tenían una larga
lista de “famosos escritores” en su nómina: Daniel Defoe era uno de ellos,
además de periodistas y criminales del hampa que escribían textos falsos
atribuidos luego a los irlandeses armados o a otras organizaciones. Los
“fondos de reptiles” existieron en Roma y ahora mismo, en la CIA y en todo
Estado burgués. Cuando tienen el apoyo del reformismo, el resultado de su
trabajo puede ser demoledor. Un ejemplo de manipulación burguesa disfrazada
de “progresismo” es el de los “batallones rojos” mexicanos formados por
obreros que pelearon contra las masas campesinas revolucionarias entre 1910
y 1917. Fueron convencidos con argumentos falaces y eurocéntricos, no
exentos de rechazo al “atraso campesino” y a los “salvajes indios”. Vencida
la revolución, la burguesía desarmó los “batallones rojos”, incumplió las
promesas que había hecho, redujo las libertades que todavía existían y
aumentó la represión. Podemos imaginar con cierta plausibilidad que si
hubiera existido una organización marxista sólidamente formada e implantada,
no se hubiera cometido semejante error, o al menos hubiera sido mucho menor.


La tercera es la del mito de la omnipotencia de Internet, de las “redes
sociales”, de las movilizaciones convocadas mediante teléfonos móviles,
twitter, etc. Al igual que con otros avances tecnocientíficos, los árboles
no deben ocultarnos el bosque, que es lo decisivo. El debate ya aparece en
Marx cuando analiza los contradictorios efectos del telégrafo, que luego,
junto al ferrocarril y el teléfono, fueron decisivos en las revoluciones
mexicana y bolchevique. Internet ha facilitado la recuperación de las
izquierdas mundiales desde finales del siglo XX, y el uso en red de la
telefonía móvil es un arma que ha cosechado algunas victorias. Todo esto es
cierto, pero existen tres preguntas que debemos responder: ¿cómo maximizar
sus potencialidades?, ¿de quién son esos medios?, y ¿qué haremos cuando el
capital nos los cierre? Cuando surgió la imprenta, el Vaticano y el resto de
poderes se lanzaron a controlar su uso, estableciéndose una batalla que
todavía se libra. La prensa diaria la inventó el cardenal Richelieu, y
Napoleón cerró la mayoría de los periódicos para aumentar su poder. Sabemos
que los Estados pueden cerrar Internet, bloquear la telefonía móvil, etc.,
cuando quieran, sumergiéndonos en el “silencio informativo”. ¿Qué hacer
entonces? La respuesta pasa por el debate sobre la organización militante:
es la práctica personal, el contacto cara a cara, la conversación y el
debate en la práctica lo que maximiza el potencial de los nuevos medios, y
el que confirma las relaciones establecidas electrónicamente. Sin la
práctica en la calle, Internet degenera en el “ciberizquierdismo” sin
realidad material. Es la lucha organizada la única que puede crear redes
capaces de aguantar durante más tiempo las censuras y cierres, y la única
capaz de pensar lo que hay que hacer bajo el “silencio informativo”,
activando otros medios ya pensados con anterioridad.

Y la cuarta y definitiva es la confirmación histórica del argumento central:
tarde o temprano se agudizarán las contradicciones sociales, volverán las
luchas y la burguesía endurecerá su política. No es determinismo
catastrofista, sino conocimiento de la evolución burguesa entre expansiones
y crisis. Conforme se gesta, expande e intensifica la crisis, la necesidad
de la organización revolucionaria se vuelve impostergable, pero la solución
de este problema que puede llegar a ser decisivo, dependerá de cómo se haya
actuado en los tediosos períodos de calma y “normalidad”, cuando algunos
generalizan la idea errónea de que ha desaparecido la explotación o de que
se ha suavizado tanto que ya no son necesarias “caducas teorías”. Si ningún
colectivo ha mantenido vivo el embrión organizativo la burguesía apenas
encontrará resistencias organizadas y menos aún programas revolucionarios
que faciliten el salto del malestar social a la conciencia política dentro
de un programa de transformación socialista. La derecha campará a sus
anchas, sabedora de que tiene muchos recursos para impedir que la
indignación de una minoría se transforme en rebelión de la mayoría. La
derecha sabe por experiencia propia que uno de los peores peligros para su
sistema es el crecimiento de organizaciones revolucionarias, las únicas que
pueden actuar como mediaciones entre la indignación y la rebelión.

IÑAKI GIL DE SAN VICENTE

EUSKAL HERRIA 29-V-2011

-- 
Durán Vázquez____________
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