[abrouxados] Antonio Márquez de Alcalá
Durán Vázquez Durán Vázquez
nomenekpos en gmail.com
Mie Mayo 18 12:16:51 CEST 2011
*El ejemplo islandés y la conciencia política ante la crisis*
Antonio Márquez de
Alcalá<http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Antonio%20M%C3%A1rquez%20de%20Alcal%C3%A1&inicio=0>
15-05-2011
La revolución política islandesa ocurrida en los últimos dos años, el
proceso político vivido en el país a raíz de la crisis, y que ha llevado a
la dimisión de un gobierno y la convocatoria de una Asamblea Constituyente,
ha sido llamado en algunos ámbitos “la revolución silenciada”. Y con razón.
El mutismo mediático en torno a los cambios que está viviendo el país
nórdico ha sido asombroso, especialmente si se lo compara con la atención
recibida por las revueltas árabes.
Sólo las noticias relacionadas con las sucesivas negativas del pueblo
islandés a pagar la deuda de sus bancos a los acreedores británicos y
holandeses han saltado a la primera plana de la prensa internacional, con un
tono de preocupación y bajo acusaciones veladas de irresponsabilidad. Hay
que bucear mucho para poder averiguar algo más sobre todo este proceso, que
actualmente se haya abierto. Pero si hacemos un breve repaso de los
acontecimientos nos encontramos con lo siguiente:
La crisis de 2008 estalla en Islandia a partir de la quiebra de los tres
principales bancos del país, que habían estado endeudándose durante los años
precedentes con el Reino Unido y Holanda. Automáticamente son intervenidos y
nacionalizados por el Estado. El proceso de nacionalización y de las
finanzas corre paralelo a una movilización popular sin precedentes en el
país, que reclama reformas políticas y económicas para hacer frente al paro
y la pérdida de derechos sociales, acaecida a tenor de las liberalizaciones
y las actividades financieras irregulares que condujeron a la crisis. El
gobierno en curso, formado por una coalición de socialistas y conservadores,
convoca elecciones anticipadas y dimite. De las nuevas elecciones sale un
nuevo gobierno formado por la coalición entre socialistas y verdes, y cuyas
tareas principales son la de negociar el pago de la deuda con los acreedores
e iniciar una investigación para depurar las responsabilidades del desastre
financiero. Varios banqueros y ejecutivos son detenidos, y al presidente
del principal banco del país se le adjudica una orden de arresto por parte
de la Interpol. En cuanto al pago de la deuda, el nuevo gobierno negocia
con los acreedores británicos y holandeses una propuesta de pago, pero el
presidente de la república islandesa se niega a ratificarla con su firma
ante la presión popular, lo que obliga a someter a referéndum la propuesta.
Es rechazada por un aplastante 90% de los votantes, que se niegan a pagar
por los fraudes y especulaciones de sus bancos, el FMI y los especuladores
británicos y holandeses. Tras esto, el gobierno islandés vuelve a
renegociar la deuda consiguiendo condiciones más ventajosas para Islandia en
los términos del pago, pero el presidente de la república vuelve a negarse
a ratificar el plan y los ciudadanos vuelven a rechazarlo en referéndum,
ésta vez por un 60 % de los votos. Mientras se suceden los referéndum, se
elige una Asamblea Constituyente para refundar el país con la redacción de
una nueva Constitución, derogando la anterior que era una copia de la
antigua metrópoli colonial, Dinamarca. Los miembros de la Constituyente son
31 ciudadanos sin filiación política. Y para rematar la sacudida
antineoliberal, el gobierno promueve la Iniciativa Islandesa Moderna para
Medios de Comunicación, un proyecto legislativo que pretende hacer de
Islandia un territorio seguro para el periodismo de investigación, y
blindar así los derechos de información y libertad de expresión.
Todo ello no quiere decir que no haya límites, contradicciones y problemas
en esta peculiar revolución. Las divisiones entre los grupos que forman la
coalición de gobierno, el contraataque de la derecha, las presiones
internacionales y el declive del movimiento popular son los principales
desafíos. Tras los dos referéndum, el rechazo a los sucesivos acuerdos de
pago de la deuda ha descendido y es posible que finalmente algún tipo de
propuesta de pago sea aceptada por los islandeses. Todo depende de la
marcha del proceso político y de cómo se desarrolle la nueva Asamblea
Constituyente.
Sin embargo, más allá del mencionado silencio mediático, ¿qué lecciones
políticas puede deducir el resto de poblaciones europeas de la actitud
mostrada por la población islandesa? Por lo pronto, podríamos extraer
algunas conclusiones que socavan determinadas preconcepciones sobre la
política, la economía y la vida social que están muy enraizadas en el
sentir común de las poblaciones occidentales y, muy particularmente, en la
población española. La doxa, ese “sentido común” o consenso dominante,
pretende que debemos asumir los acontecimientos económicos y políticos tal
cual vienen dados, como si se tratase de fuerzas naturales que han estado
siempre ahí fuera y de las cuales sólo los “expertos”, generalmente los
mayores beneficiarios de esas fuerzas, son los indicados para hacer
recomendaciones. La actitud política consecuente con este “sentido común” es
obvia: pasividad, fatalismo, refugio en la identidad individual, cinismo
ante la política, búsqueda de chivos expiatorios y sumisión ante quienes
ejercen el poder, muy especialmente el poder económico. Probablemente es
por ello que los grandes conglomerados mediáticos se cuidan bastante de
mostrar un ejemplo de la actitud contraria, surgido precisamente en el
territorio donde se supone que jamás debería aparecer: Europa occidental.
Pero quienes no formamos parte de grandes grupos empresariales, mediáticos o
financieros, podemos hacer algunas valoraciones al respecto:
En primer lugar, el ejemplo de la experiencia islandesa nos pone en guardia
contra esa especie de depresión colectiva por “indefensión aprendida”, por
parafrasear a Seligman, que padecen las poblaciones europeas, y
particularmente la española. Durante décadas se nos ha estado sometiendo a
una terapia comunicativa que ha grabado a fuego en nuestras conciencias la
idea según la cual cualquier respuesta política ante las agresiones contra
nuestros derechos sociales, o ante las situaciones de injusticia, no sirve
para nada o puede ser incluso peligrosa. Eso nos coloca en una situación de
sumisión y pasividad permanente que busca en la satisfacción de los deseos
individuales y en el “sálvese quien pueda, pero yo el primero”, la palanca
que haga cesar el malestar. Evidentemente se trata de un círculo vicioso,
pues ninguna respuesta individual es jamás capaz de ofrecer una alternativa
y la falta de alternativas conducen a respuestas individuales, pero es
precisamente ese individualismo de los de abajo lo que buscan los
privilegiados. El pueblo islandés ha decidido no creerse más esta mitología,
mostrando al resto del mundo occidental que la aceptación pasiva de los
dictados de los mercados no es la ley de la gravitación universal. Se puede
combatir.
En segundo lugar, hay otro mito que es un clásico en algunos círculos de la
izquierda, pero que también forma parte de ese “sentido común” general. Y
es una variante de la vieja idea del “cuanto peor, mejor”. Siguiendo esta
línea de argumentación, revoluciones y cambios políticos drásticos como los
ocurridos en Túnez y Egipto no son posibles ni deseables en países
“desarrollados” como los europeos. Sólo cuando las condiciones de vida son
realmente pésimas, las poblaciones salen del letargo y comienzan a reclamar
derechos. Por lo tanto, la única vía para resolver los problemas sociales
en un contexto “desarrollado” es, de nuevo, la búsqueda del éxito
individual, no la acción política, porque, en definitiva, “ésto no es el
tercer mundo”. Éste tipo de pensamiento, además del profundo racismo velado
que contiene, es completamente falaz. Los procesos de movilización colectiva
no se activan cuando las condiciones sociales son materialmente
insoportables, sino que son fenómenos complejos que obedecen a muchas
causas, y una de ellas es la deprivación relativa; la percepción por parte
del sujeto, en este caso la ciudadanía, de que aquello que le corresponde
por derecho es mayor de lo que realmente está obteniendo en una situación
dada, con independencia de la cuantificación objetiva de qué es lo que
realmente se tiene. La población islandesa, de nuevo, ha puesto esta
cuestión sobre la mesa: un país “desarrollado”, económicamente estable
hasta hace muy poco tiempo, con cuotas paro y pobreza casi nulas, y con un
alto nivel tecnológico y educativo, ha hecho saltar por los aires su
sistema político y se ha enfrentado a banqueros, organismos internacionales
y potencias extranjeras en cuanto ha percibido que estaba siendo sometido a
un trato injusto.
En tercer lugar, el pueblo islandés nos recuerda que en política no existen
fórmulas universales para realizar cambios socales y sacar adelante
proyectos colectivos. Como siempre, en cada contexto concreto, las posibles
vías de acción son unas u otras, pero nunca recetas políticas. La fórmula
islandesa para afrontar la crisis se ha basado en una movilización ciudadana
que ha utilizado un repertorio de acción colectiva pacífico y
“ciudadanista”, en un país con una absoluta falta de tradición
revolucionaria o de movilización social. Quizá por ello, los islandeses han
preferido seguir su propio criterio que consultar manuales, conseguiendo
así importantes éxitos y demostrando que el camino se hace al andar.
En cuarto lugar, quienes argumentan que el recurso al Estado es cosa del
pasado y que los mercados son fatalidades que no pueden tocarse, so pena de
graves consecuencias económicas para la población, se han debido encontrar
en Islandia con un problema teórico difícil de resolver. Un Estado
capitalista europeo y “desarrollado”, cediendo a la presión popular, ha
nacionalizado la banca del país, poniéndola al servicio del propio Estado y
de la ciudadanía. Además, ha actuado tibiamente frente a los manifestantes,
y de manera contundente y expeditiva contra los delincuentes financieros y,
empujado por el movimiento social, ha iniciado un proceso de refundación
estatal. Ello prueba que, aún en el siglo XXI, el Estado y las
instituciones públicas continúan siendo importantes y son, en última
instancia, el resorte necesario para asegurar la estabilidad económica, el
reparto equitativo de la riqueza, y enfrentarse de manera eficaz y duradera
con quienes se lucran a costa del resto.
Y por último, podemos también extraer una importante lección de la
diferencia con la que el pueblo islandés ha afrontado, en términos de
clase, la situación de crisis financiera con respecto a otras poblaciones
europeas: ante la privatización de los beneficios y la socialización de las
pérdidas, Islandia ha encarado el problema optando por el escarnio y la
persecución de los culpables, en lugar de la criminalización de los
migrantes como chivos expiatorios. Se dirá que ésto es porque el porcentaje
de inmigración en Islandia es mucho menor que en otras zonas europeas.
Quizá. Pero en cualquier caso los islandeses han demostrado tener muy claro
que las “clases peligrosas” no son las que vienen de fuera para trabajar en
la industria, sino las que, hablando su misma lengua y compartiendo
nacionalidad, saquean y venden los recursos de toda la ciudadanía.
Lo que nos viene a mostrar la experiencia islandesa es que sí se puede. Que
las decisiones económicas son, en realidad, decisiones políticas, no fases
en el movimiento eterno del mecanismo de un reloj, y que corresponde al
conjunto de ciudadanos, y no sólo a una parte de ellos, el tomarlas. Nos
muestra también que existen más opciones que los trillados caminos de la
aceptación pasiva de las recomendaciones de los “expertos”, que siempre son
las mismas, siempre fracasan y conducen al desastre. Nos enseña, en
definitiva, que la injustica sólo es inevitable si nos creemos que lo es, y
que la generosidad con el débil y la valentía frente al poderoso merecen la
pena... y hasta son rentables.
*Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una licencia
de Creative Commons <http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/>,
respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.*
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Durán Vázquez____________
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