[abrouxados] Marcos Roitman Rosenmann

Durán Vázquez Durán Vázquez nomenekpos en gmail.com
Mar Ago 24 16:56:36 CEST 2010


*¿Existen las clases sociales?*

Marcos Roitman Rosenmann<http://www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=Marcos%20Roitman%20Rosenmann&inicio=0>
La Jornada <http://www.jornada.unam.mx/>


Los detractores del socialismo no pueden oír hablar de la existencia de
explotación, imperialismo o explotadores. Se muestran iracundos cuando algún
comensal o interlocutor les hace ver que las clases sociales son una
realidad. Los portadores del nuevo catecismo posmoderno dicen tener
argumentos de peso para desmontar la tesis que aún postula su validez y su
vigencia como categorías de análisis de las estructuras sociales y de poder.
Lamentablemente, sólo es posible identificar, con cierto grado de sustancia,
dos tesis. El resto entra en el estiércol de las ciencias sociales. Son
adjetivos calificativos, insultos personales y críticas sin altura de miras.
Yendo al grano, la primera tesis subraya que la contradicción
explotados-explotadores es una quimera, por tanto, todos sus derivados,
entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados de corto
recorrido. Ya no hay clases sociales, y si las hubiese, son restos de una
guerra pasada. Desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días las
clases sociales están destinadas a desaparecer, si no lo han hecho ya. El
segundo argumento, corolario del primero, nos ubica en la caducidad de las
ideologías y principios que les dan sustento, es decir el marxismo y el
socialismo. Su conclusión es obvia: los dirigentes sindicales, líderes
políticos e intelectuales que hacen acopio y se sirven de la categoría
clases sociales para describir luchas y alternativas en la actual era de la
información, vivirían de espaldas a la realidad. Nostálgicos enfrentados a
molinos de viento que han perdido el tren de la historia. Para seguir
adelante hay que renovar, buscar conceptos en un mundo novísimo.

Sin duda en las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI han
emergido procesos sociales, económicos, políticos y culturales que no sólo
han reinventado la realidad, sino los conceptos para describirla. Ello no es
acontecimiento novedoso. La historia está llena de estas vicisitudes donde
se inventan palabras. Basta leer libros de tecnociencias, informática,
bioquímica o neurociencias para comprobar lo dicho. Incluso una academia tan
conservadora como la española de la lengua se ve obligada, cada cierto
tiempo, a incorporar voces que emergen de la vida diaria hasta convertirse
en una realidad difícil de soslayar. Sin embargo, no debe caerse en el
absurdo de tirar el agua sucia con el niño dentro. Nuevas voces no invalidan
las ya existentes. Pueden complementar o enriquecer el lenguaje.

La posibilidad de caer en el absurdo a la hora de renombrar objetos, oficios
y situaciones, está a la orden el día. Los casos son variopintos. Así, nos
podemos encontrar que un cocinero se ha convertido en un restaurador de
alimentos; los recreos en los patios de los colegios han pasado a
denominarse segmentos lúdicos y los bares se consideran zonas de
avituallamiento rápido. Esta moda sólo aporta confusión.

No es lo mismo un concepto viejo que otro anticuado. El imperialismo existe
por mucho que les pese a quienes plantean su muerte en beneficio de la
llamada interdependencia global o globalización. Su definición sigue siendo
válida en tanto explica a) la concentración de la producción y del capital
que dio origen a los monopolios; b) la fusión del capital bancario e
industrial y la emergencia de una oligarquía financiera; c) el poder
hegemónico de la exportación de capitales frente a las materias primas; d)
la formación de las trasnacionales y reparto del mundo entre las empresas;
f) las luchas por el control y el reparto territorial del mundo entre países
dominantes; y g) facilita comprender las formas de internacionalización de
los mercados, la producción y el trabajo.

Por consiguiente, los cambios del imperialismo señalan su versatilidad y
capacidad de adaptación en medio de los cambios profundos que sufre el
capitalismo. La globalización como concepto no sustituye al imperialismo
como una realidad. Saber que el imperialismo actual dista del imperialismo
del siglo XIX es de sentido común y no requiere de muchas cábalas. El
imperialismo goza de buena salud. Otro tanto ocurre con el concepto de
clases sociales. En la actualidad muchos científicos sociales prefieren
hablar de estratificación social y estructuras ocupacionales antes que
acudir al concepto de clases sociales para explicar las desigualdades, la
pobreza o la indigencia. Los ejemplos pueden continuar. También los
conceptos de explotación y colonialismo internos han caído en desgracia,
aunque la semiesclavitud, la trata de blancas y el trabajo infantil y el
dominio étnico sean una realidad cada vez más extendida en el planeta. Es
este contexto adverso para el pensamiento crítico donde ve la luz, en
América Latina, una nueva realidad que trata de explicar este rechazo al uso
de conceptos y categorías provenientes de la tradición humanista y marxiana:
la colonialidad del saber y del poder.

Bajo el manto de parecer posmodernos, integrados a la llamada sociedad de la
información y partícipes de la globalización neoliberal, se renuncia a
ejercer el juicio crítico. Es más cómodo dejar de pensar, apoyándose en una
supuesta caducidad de los conceptos, que darse a la molestia de averiguar
cuáles son y han sido las transformaciones sufridas por las clases sociales
durante las últimas décadas. Ello supondría reflexionar, atributo del cual
carecen los nuevos robots alegres de pensamiento sistémico.

Por último, sirva como provocación señalar las diferencias entre conceptos
viejos y anticuados. La ley de gravitación universal tiene más de cinco
siglos, por su data es desde luego longeva, pero sigue siendo válida.
Quienes duden de su pertinencia, les aconsejo un ejercicio práctico, déjense
caer de una altura de 50 metros y comprobarán si la ley de gravitación
universal es anticuada y caduca. Lo mismo ocurre con las clases sociales.
Negar su existencia es, por decir lo menos, un acto de ignorancia.
Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/22/index.php?section=opinion&article=022a1mun

rJV


-- 
Durán Vázquez____________
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